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"¿Es la justicia un cachondeo? A veces, lo parece"

(Una vieja y verídica historia al hilo de la actualidad judicial)

Han pasado muchos años de esta historia, que como otras muchas, conservo en la memoria y de la que -modestia aparte-, me siento muy orgulloso. Era una noche invierno de una año en torno a 1990. Domingo para más señas.

En mi casa, ayudaba a lavar a mis hijos que estarían en torno a los 5 años. Tocaron la puerta y extrañado, por la intempestiva hora pregunté antes de abrir. ¿Quién es?, pregunté. "¡Juan José, abrenos, venimos a pedirte ayuda porque no sabemos a quien acudir y estamos angustiados...!"

Abrí la puerta y aparecieron tres personas. Dos hombres y una mujer con caras de angustia y preocupación. Me contaron la historia sin querer sentarse: "Venimos de la Cárcel de Sangonera porque el hermano de este hombre lo detuvo la Guardia Civil en Lebor, cogiendo cable de la línea de telégrafos abandonada junto a la vía del Ferrocarril. Estaba sin trabajo, tiene dos hijos pequeños y le dijeron que se podía sacar un dinero con ese cable que estaba abandonado..."

Continuaron: "Lleva más de 20 días en la Cárcel de Sangonera, no sabemos qué hacer y hemos venido por si no puedes echar una mano. Su mujer no tiene recursos y están muy agobiados. Y él se encuentra desesperado. Solo sabe que la Juez, lo envío a la Cárcel..."

¿Pero tenéis abogado o procurador?, le pregunté. "Nosotros no entendemos de nada y no vimos a nadie.Tampoco tenemos dinero para pagar a nadie..." Los tranquilicé como pude y les dije que vería lo que podía hacer, que no podría ser mucho, me temía.

Le dije a la mujer que fuese a la tienda del "Ñoño", que se llevase, de alimentación, pañales o lo que necesitase y yo me encargaría de hablar con Cáritas, los Servicios Sociales o quien fuese. Pero que a ella y sus hijos no le faltase de nada mientras durase esa situación con su marido en la cárcel. Al irse, mientras se disculpaban por la hora y por ir a mi casa, observé en sus caras un brillo de esperanza. Quizás las desazón, había pasado a mi.

Mi rebeldía natural afloró por los poros de la piel y me puse manos a la obra ante tamaña y desproporcionada injusticia. Primero, debía darle fuerza moral a Antonio (Nombre figurado). Llamé a Isidro el Cura (Capellán de la Cárcel) para que hablase con él y le dijese que no desfalleciese porque iba a hacer todo lo posible por sacarlo de allí. EL bueno de Isidro, le pasó el mensaje al otro día y me lo comentó, manifestado la tranquilidad de Antonio al escuchar sus palabras.

No habían pasado ni 10 minutos, cuando hablé con el abogado, Joaquín Dólera, que era entonces diputado de IU en la Asamblea Regional. Me comentó que como letrado lo visitaría al otro día en la cárcel para ayudarle en su defensa e intentar ponerlo libre. Pero me quedaba el eslabón más complicado: La Juez. ¿Recibiría la Juez que había encerrado a Antonio a un simple concejal sin competencias y de izquierdas para más inri?

Me cargué de valor y aquel lunes, me presenté en el Juzgado que se encontraba en el bajo de la calle Santiago, junto a la Administración e Loterías número 1 de mis amigos Fátima y David. "Buenos días; yo soy concejal del Ayuntamiento de Totana y quiero hablar con la Señora Juez (Su Señoría) por el tema de un muchacho que estaba cogiendo cable de telégrafos en Lebor y se encuentra en prisión...".

Las funcionarias, no sin extrañeza, me dijeron que dejase mi número de teléfono que me llamarían. Trabajaba yo en aquella época en la calle San Ramón y les dije mi hora de almuerzo, por si podría ser en ese momento.

Me llamaron en muy poco tiempo y me presenté en el Juzgado, indicándome que Su Señoría me esperaba en el Despacho. Creo recordar que mi atuendo de trabajo incluso llevaba restos de barro por estar reparando una avería. Me senté delante de la Juez. Una chica joven, de mirada esquiva, como a la defensiva y en actitud muy severa. Más o menos os transcribo la tensa conversación de un humilde concejal "comunista" y Su Señoría, de la que no recuerdo el nombre:

Su Señoría - "No entienda usted que cada vez que dictamos prisión para alguien vaya a venir un concejal del Ayuntamiento a mediar o quejarse... Luego, nos achacan a los jueces que no somos duros con los delincuentes y este hombre además de apropiarse de una bien de RENFE, ha causado estragos..."

Concejal - "Yo no vengo a quejarme de su decisión ni soy quien para cuestionarla, Señoría. Vengo a exponerle la situación de esta familia y lo que están sufriendo... Esta persona necesita alimentar a sus familia y en la cárcel no puede hacerlo, con las consecuencias que supone para sus hijos y su esposa... Si usted valora imponer una fianza, yo buscaría el dinero para que pueda salir y afrontar este proceso pudiendo alimentar a sus hijos y ganarse la vida..."

Su Señoría - "Pero si usted me dice que no tienen recursos; ¿Cómo le voy a imponer fianza para salir de la cárcel?"

Tras un intenso toma y daca en el que, con mucho respeto, intenté razonar, ablandar y convencer, mirando a los ojos aquella mujer joven; ella me dio el camino: "Dígale al abogado que le redacte una solicitud de libertad y la estudiaré... ¡Pero no le prometo nada!". "Si usted observa la carpeta del Expediente (que tenía sobre su mesa), verá una fecha orientativa para su libertad que faltan más de 3 meses..." Le respondí. "con todo mi respeto, me parece un disparate mantener a este hombre tres meses más en prisión. Pero usted haga lo que considere..."

Nos despedimos amablemente -pero de forma aséptica-, agradeciendo por mi parte que me hubiese recibido y razonando que estaba ahí por un motivo social que consideraba extraordinario.

Cuando salí a la calle, entre Santiago y Gómez Pellicer, respiré hondo y me sentí muy orgulloso de mi acción. Como un pavo real, luciendo su mejor plumaje.

A los pocos días, Antonio, salió libre de la Cárcel de Sangonera, sin fianza. Su primer visita fue a mi casa para agradecerme con lágrimas en los ojos lo que había hecho por él. Mi mejor recompensa era el resultado. Verlo libre.

Me acerqué a la tienda del "Ñoño" a abonar la cuenta y me dijo que la mujer solo había llevado algo de leche y poco más. Que eso lo pagaba, Ana María que regentaba entonces la tienda. Incluso la dignidad de aquella mujer -con su marido en la cárcel-, fue una lección para mi.

Juan José Cánovas

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